octubre 30, 2012

Poema - Variaciones



Llevaba un tiempo sin escribir nada nuevo, sólo repasando letras en esas infinitas correcciones. Pero helo aquí, el poema inaugural del nuevo proyecto en puertas 'La coraza mineral' (cuando menos en su primera versión).


Variaciones

Qué pequeña es la luz de esa luna colgada tras la ventana,
prácticamente minúscula, inamovible,
ajena de la voluntad derrotada de los hombres
que conocen la sensación de perder el hambre con el ayuno,
la franca torpeza engalanada hasta lo ridículo
con la poca gracia de la retorica ensayada ante el espejo;
amar esa infinitud no lleva a ningún sitio,
es un acopio de temblores que se normalizan tras el sueño,
es contar las hojas que reclama el otoño del árbol del patio
que casi, o definitivamente, ha muerto,
y mirar, sólo mirar, el movimiento de las dunas de niebla
mientras se despide la mano del rostro de su otra vida.
Caminan las sombras cerca del lecho vacío.

A unos años de la desmemoria la luz de la luna, de esa luna,
parece abandonar el cuerpo fiel del que tiende sus manos duras
en la insistencia patética de un segundo respiro,
un beso que siga al último beso, al sanguinario roce de las manos
que se rasguñan mutuamente mientras se buscan.
No hay forma de escapar del silencio; yo que canto lo digo.
Entre las figuras que pueblan la habitación desordenada
se acomodan los espectros de los caminantes que han sido
la última gota del vino tibio, la copa brillante que se oxida.
Cuántas mujeres no han sido mis compañeras en la rutina,
cuántas bocas no han simulado la silaba final del verso acabado,
cuántas espinas coronan la frente del hombre que no se rinde...
No valen las preguntas, apenas el brillo de la luna distante
que aluza el humo que desprenden los labios apretados;
¿y el amor?, preguntarán, ¿y el destino?, murmurarán.
Soy un hombre entre los hombres.
No me hablen de eso que no conozco.

Y la luna, esa luna sin piedad, esa roca bella que permanece
entumida en su reino de la nostalgia sin nombres,
arde con la luminosidad prestada de las estrellas;
se mantiene fuera del cristal, llamándome a salir desnudo
para sentir el aire frío que moldea el cuerpo.

Cierro los ojos en la fatiga de escudriñar el cielo,
revolviendo las pupilas en las ramas del jardín
por sobre la oscuridad,
que es infinita apenas termina el cuerpo de la dama
que me mantiene en la búsqueda de esas escuetas palabras
que venzan al desconsuelo de la sangre tendida.

La luz toca las pupilas ante la noche que se desvanece,
la voz escapa del pecho,
y yo que aguardo por mejores días, nombro cosas que nacen.
Basta con el fulgor apagado de mis manos
para acariciar el rostro de las pequeñas variaciones de la vida.


Octubre, 2012.
E. Adair Z. V.


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