septiembre 21, 2013

Opinión - 'Twitter, Neza y el pueblo' o 'El terror mediático de la inocencia'


H
ace un tiempo un peculiar fenómeno se apoderó de una de las redes sociales de mayor expansión en años recientes en México: Twitter. Por la tarde se comenzó a filtrar en diversos medios de comunicación, incluyendo teléfonos, chismes y breves notas, fragmentos muy dispersos sobre lo que había ocurrido dicho día en el municipio de Chicoloapan, Edomex. Las noticias que llegaban con rapidez hablaban de un enfrentamiento entre dos grupos que se disputaban una concesión pública. Se trataba del grupo para-político Antorcha Campesina, alerón mexiquence de choque del PRI, y de un grupo de moto-taxistas que se dice (lo dicen los mismos revoltosos del grupo contrario) están afiliados a un grupo del PRD que opera en esa zona. Por el momento no es relevante quién dijo qué, o cómo sucedieron los hechos, ya ni siquiera la persona que falleció por supuesta “ejecución”, que verdaderamente es lamentable, -aunque sabemos que si Antorcha se encuentra inmiscuido lo mas certero es creer lo contrario de lo que ellos digan, me han dicho-. Lo que es interesante es abordar el fenómeno en sí que se dio en las redes sociales, desprendidos de aquel 9 de septiembre (2012). Se trata en pocas palabras del poder del chisme.


Después de los enfrentamientos dados por la tarde en el oriente del Estado de México, la violencia se extendió a los municipios vecinos de Chimalhuacán y Cd. Nezahualcóyotl, que además de ser bastiones del grupo Antorchista -en las zonas altamente marginadas- cuentan con un largo historial de terror social: son comunidades violentas, víctimas de la marginalidad y de la miseria en general -más allá de la novedosa ola de violencia del Narco, es una violencia existencial-. Esos tres municipios conforman un laberinto urbano que es vulnerable a la locura colectiva por razones históricamente justificadas. En estas condiciones comenzó a circular por la red, principalmente, que había grupos armados que se dirigían a esos municipios a asaltar y violentar a quien encontraran en la calle. Es difícil creer que un grupo, el que fuere, tuviera tanto interés en demostrar su salvajismo agrediendo de manera tan ineficiente a toda una zona del área metropolitana sólo por despecho, pero ya fuera por prudencia o por la frecuencia en que se comenzaban a reportar mensajes de celular, llamadas, rumores de la vecina, códigos medio des-encriptados de los taxistas, etc., los pobladores se fueron recogiendo al interior de sus moradas. Más aún hubo locales en los que se decidió de buena gana cerrar las cortinas con todas las personas que se encontraban dentro; lo mismo ocurrió en algunas escuelas o puntos comunales de reunión, transporte público y el Metro. Lo que no pasa desapercibido, y es también un rumor, es el hecho de que uno de esos tempranos medios de difusión fue la policía local, que patrullaba por las avenidas advirtiendo del peligro. Se puede decir que esa es una de sus funciones, proteger a la gente, y por eso mismo es curioso pensar la manera tan civilizada de deslindarse de su responsabilidad al no ir a contener a los virtuales delincuentes. El sospechosismo de uno se le trepa a la cabeza sólo de plantearse esos detalles.

Más allá de que sí en verdad hubo o no una serie de atentados en contra de la paz social de esos municipios, armados, protegidos, y tele-dirigidos por intereses ocultos que siguen alguna de esas tramas cochambrosas de la vida política mexicana, el factor de difusión de terror colectivos me es de particular interés. Alguna vez escuche la frase popular que dice: tanto peca el que mata a la vaca, como el que le jala la pata. Y en esa noche de terror mexiquence -y un par de días posteriores-, twitter ayudó a jalarle las patas a la vaca. Todos agradecemos la libertad y la capacidad de transmisión de información de las redes sociales, que puede ser una herramienta genuina en la lucha por la libertad comunicativa, que es sumamente viral, pero tenemos una actitud ciertamente ingenua frente a los peligros que puede significar el uso planificado de la inexperiencia social. ¿Qué ocurre sí alguien trata de usar la capacidad viral de un medio autónomo para paralizar o manipular a grupos sociales enteros? Puede parecer pura paranoia, pero es esa paranoia la que evita que uno ponga mirada de tarugo cuando se descubre el hilo de una buena trama política-económica.

El escenario es simple. Alguien, en algún lado, por algún motivo, quiere que cierta parte de una población sufra el desmembramiento coordinativo del miedo. Lo único que requiere es contar con los medios suficientes para causar focos de alerta, y esperar que el instinto de autoprotección del chisme haga de las suyas, incluso si no son reales. Hay que recordar las cartas de Antrax en los E.E. U.U., y las consecuencias en el servicio postal -por meses- en aquel país. Las consecuencias de la difusión inocente de información -y de un par de buenos chistes- para prevenir a los prójimos que tanto amamos provocaron un toque de queda en la Cd. Neza. En cualquier ciudad de nuestros vecinos del norte, el descuido más baboso de una maleta, paquete o bolsa sellada en un área concurrida, significa la parafernalia del desquicio social, mediático y policial. Twitter fue en Ciudad Neza -y más tarde Facebook, por mencionar dos plataformas populares- el medio con el que la población estaba obteniendo información de lo que ocurría en otras zonas de la ciudad. El asunto es que no pasó de rumores. Más allá de los confiables testimonios de la gente de a pie que puede tanto decir “vi antorchistas armados” como “te juro que todo estaba en calma”, no hay medios audiovisuales que confirmen lo que se dijo que sucedió. Por eso este ejercicio de la imaginación (Sic): sólo se requieren rumores, un medio de difusión volátil, y tienes a una población arrinconada en los fragmentos de información a los que puede acceder. De nueva cuenta viene la literatura a darle cachetadas a los tecnócratas que la suponen innecesaria: H. G. Wells, accidentalmente, descubrió ese fenómeno de manipulación, cuando inocentemente transmitió por radio (el twitter de los abuelos) su novela de La Guerra de los Mundos. Pero acá hablamos de una posibilidad más oscura, perversa y aterradora.

Si alguien en un país, o una zona, cuenta con suficiente poder como para tener matones que hagan un poco de ejercicio, y además tiene un ejercito informático dedicado a las comunicaciones (ejem), ¿qué clase de impacto puede tener en ciertas condiciones especiales? Sobre todo cuando su especialidad es el drama político mexicano de la múltiple simulación. Así como el ballet ruso durante un golpe de Estado, o un chisme del corazón de la actriz de telenovela más buenota, o el fútbol, pueden distraer la atención del sector social, ninguno de estas estrategias es tan eficiente para paralizar su movilidad efectiva como con el miedo. Y el miedo, hemos aprendido recientemente, es la herramienta más políticamente correcta de los gobiernos; miedo a la pobreza, a la guerra, a la violencia, a los extranjeros, a enfermedades, etc, miedo a que algún desconocido, sin saber cómo, cuándo o por qué, venga por nosotros.

No pretendo desvirtuar lo sucedido en esos municipios, donde muchas personas sufrieron de las consecuencias del miedo colectivo. Pero me parece una excelente oportunidad para contemplar las posibilidades del descontrol social provocado por la información segmentada, manipulada e imperfecta. Quizá una vez es el cierre de negocios en una ciudad, quizás la otra sea el linchamiento multitudinario de algún pobre diablo porque alguien dice, jura, y se persigna, por ésta, que es testigo de un crimen al que la gente es sensible: violación, asalto en los micros, robo de una iglesia. O tal vez a un nivel muy superior, para desviar la cólera colectiva a sentimientos que debiliten su estructura organizativa. La manipulación social tiene la ventaja de que crea un grupo unificado que carece de objetividad y de criterios de evaluación y selección de la información que recibe. Así pues, en el caso de los medios de información modernos que quedan fuera del control censor del Estado, o de una empresa, la ingenuidad y la emotividad de las buenas personas permite que si bien no puede ser controlado sea influenciado con gran fuerza, lo demás depende de la naturaleza humana; y se ha aprendido bastante gracias a la guerra de propagandas entre los Nazis y los Británicos.

La pregunta queda suspendida en el aire: ¿lo ocurrido en las redes sociales, hipotéticamente en este ejercicio de la imaginación, fue resultado de un plan sumamente elaborado de intereses particulares, o fue un gracioso accidente que nos recuerda la fábula de la flauta y el burro? ¿Fue un ensayo o sólo parte de las novedades que nos trae la modernidad? ¿alguien aprendió de lo que ha sucedido, le sacó provecho? Podemos ser tan mal pensados como queramos, la respuesta a estas interrogantes son casi imposible de obtener. Tal vez se le pueda atribuir una inteligencia excepcional a las personas de grandes intereses, un poder asombroso, pero es màs torpe pensar que no es posible. Tsun Zu bien decía que hay que respetar al enemigo, aunque no sepamos quién es. Aquí el enemigo es el miedo y la desinformación. Toda herramienta puede ser un arma, que dañe incluso a su portador. Los complejos sistemas de distribución de información son una herramienta que apenas comprendemos cómo funciona, y cuyas consecuencias nos son aún desconocidas. O tal vez haya sido un mero accidente social. Cada quien puede tomar la postura que prefiera. Lo que no se puede aceptar es pasar por alto esta reflexión sin plantearse con seriedad la posible veracidad del sospechosismo.

Con el auge de las nuevas tecnologías la sociedad tiene que prevenirse de aquellos flancos que van quedando al descubierto, de las imperfecciones del sistema que salen a la luz con forme se acelera la integración de la ciencia a la sociedad; en especial de las ciencias relacionadas con la comunicación. El fuego de Prometeo también puede quemar los pueblos de quienes lo han obtenido. Esa libertad irrestricta que los medios novedosos nos ofrecen, pero no utilizada de manera inteligente, no sólo puede ser un camino para el combate a la ignorancia de la realidad de un país, sino que por el contrario puede transformarse en otra de las espirales viciosas del sistema político-social mexicano. Otro de los costos de transferencia que nadie contabilizo en la lista de externalidades de la modernización.

No se trata de una red específica, u otra, o del Internet, o de lo chismoso de la gente, se trata de pensar en las posibles consecuencias de no comprender que la inocencia en el manejo de las redes sociales se presta para su manipulación, así como las canciones en la mercadotecnia que uno termina cantando en el baño. No se puede, ni se debe, hablar de medidas de censura o de control de la información, pero sí de prudencia de los usuarios que tienen la obligación social -y que por eso se mantienen en comunicación con otros- de manejar con cautela la información que reciben y transmiten. Supongamos que lo ocurrido en Ciudad Nezahualcóyotl fuera un mero rumor como dijeron los noticiarios, gobernadores, y demás miembros de la cloaca vida nacional, en éste caso podemos comprender el poder que un simple rumor, multiplicado por la sensación de miedo, puede tener en nuestra sociedad apenas educada en informática. Si fuera una consecuencia de un plan de inestabilidad y pánico, tenemos que ser conscientes de esa fragilidad de nuestro actuar colectivo, basado en información imperfecta.

Antes de descubrir que aquellas herramientas que nos iban a liberar del control de información se vuelva en nuestra contra como una cadena más difícil de identificar, y de combatir, es necesario acudir a la educación cibernética, aprender a manejar la información, y a responsabilizarnos de los bites que podamos enviar hacia los demás, para poder prevenir que nuestra inocencia sea mal utilizada por esos genios del chantaje mediático que en algún lugar, por algún motivo, y en algún momento, tendrán interés de hacernos creer en algo, y que nosotros mismos seamos quienes lo digamos. O peor aún, de las consecuencias reales que podría tener la ligereza en el manejo de información.


E. Adair Z. V.

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