A continuación se reproduce el prólogo íntegro que he tenido el placer de elaborar para el primer libro de poesía (editado) de la escritora mexicana Daniela Flores.
Preludio a un beso
El ramaje de los árboles se quiebra al peso de los amantes, que
descubren la vergüenza de entregar la sangre de sus labios vedados,
el pecado más tierno del mundo: el amor que florece en las
estaciones del año. La tierra debajo de ellos se mueve, cambia
y deja después las sombras de la juventud desmedida que se
entrega como una antorcha primeriza.
Las palabras de los poetas son flores que brotan en las fisuras
del espejo con otro espejo, regando la suavidad de su aroma en la
tierra, ahogando con la sensualidad de la vida sus instantes. Andan
con el peso de sus edades encajadas en la piel, atravesándoles de
extremo a extremo.
¿A quién le cantan las mujeres? ¿A quién se entregan los
dioses arrancados del silencio?
El hombre y la mujer, entonces ¿en qué momento se desnudan por
hambre? Hambre que incendia las ruinas de la tierra, la rutina brutal
de observar la ciudad gris. El hambre del espacio que los separa.
Los amantes se buscan, los amantes se destierran en las caricias
que marcan con besos y mordidas, las flores de carne que se
encuentran. Hermosamente en saliva se penetran mientras se derrotan
llenos de ruido, de gemidos, de nombres, de chubascos elementales.
A su alrededor cae la lluvia, la tormenta de gemidos salinos que
les llena la boca, siempre abierta.
¿Acaso no es la voz de la hembra despierta la más lúdica de
las invitaciones de la vida? ¿No es el secreto de sus manos de
poeta la que nos perdona?
Esa duda nos carcome, se adelanta en el
latido desbordado de la sangre. Y el centro de todo: la espuma
del mar que se abre al paso de la serpiente ígnea, que transforma lo
que quema. Se entrega la ola. El mar se bate, revienta las
profundidades ebrias de su destino de rebeldía que explota bajo el
agua con la espuma masculina.
La mujer, el canto detenido en la
noche, se funde a la furia de la tormenta.
La mujer primitiva abre
la carne, por debajo de sus pechos nos ofrece la rivera de sanguíneos
instantes en que gotea la tinta por su lengua; devoramos su pacto,
tragamos sus entrañas desnudas, más livianos por su noble
permanencia.
Alrededor de un lecho despedazado por el peso de los cuerpos
unificados en su geometría imperfecta, los versos enraízan hasta
ser flores venenosas que se comen para no sentir el frío.
Allá afuera, la ciudad espera en sus columnas místicas, templo
del ave que nos guía por sus ojos abiertos.
La mujer se eleva, llena, satisfecha, y detrás de ella vamos
nosotros perversos y claros en el ojo de la tormenta.
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Daniela Flores, leyendo algunos de sus poemas. (2013).
"Viene la noche.
Llegan los besos.
Eres el infierno derretido en la sombra.
Tentación del destierro.
Polvo de cometa.
Sílice de mi aliento.
Niño de mis lágrimas.
Botón de mis flores secas.
Conjurado estás
para ser mi amante eterno.
Calla una vez más:
alguien nos puede estar oyendo."
Daniela Flores, 2013
La edición es de este año 2013, en formato de autor.