Cuando uno escucha las palabras
‘realismo sucio’ lo primero que piensa es que la realidad ya está demasiado
manchada por sí misma, y que no puede ser posible llevarla más allá de lo que
ya es. Y esto es cierto. La realidad es la única posibilidad conocida en el
mundo, pese a la casi infinita gama de variaciones que pudieron ocurrir para
que fuera distinta. Pero el llamado realismo sucio no es eso, por fortuna.
Dentro del mundo literario existe una corriente que se ha bautizado a sí misma
como la heredera de Charles Bokowski, o cuando menos, de cierto estilo
aproximado. Se trata de hombres y mujeres que buscan encontrar un sentido en
las palabras más descarnadas que conocen, en el ir y venir de los días, tal
cual son. El realismo es la renuncia a la lírica y la magia, es la proclama de
la humanidad desnuda en su franqueza. Y es sucia porque el hombre es sucio. Su cuerpo
es sucio. Su lenguaje es sucio. Sus ciudades, sus actos… su vida, es sucia. El
gran perdedor ‘Hank’ nos dejó un legado sobre el dolor, que sólo podía
compensarse con un pequeño atisbo al recuperar algo de lo que le habían
arrancado, y que se disfruta. Es estar tirado en el suelo, sonriendo al puño
que se dirige al rostro. Eso es el realismo sucio.
(Portada, reedición 2012.)
Alberto Vargas Iturbe es también
un perdedor. Un fracasado. Un expulsado de los círculos de escritores de
renombre, de la vida de la intelectualidad mexicana de conferencias y cadenas
editoriales, de la esperanza de llegar a las grandes masas como un héroe de las
letras. Es, a su manera, una de las peores cosas que le han ocurrido a la
literatura mexicana, vanagloriada en sus pequeños adoratorios insustanciales de
un orgullo falsamente americano, más pose que fuerza vital. Lo cierto es que
Alberto sólo es un hombre. Nacido en Michoacán, campesino, migrante, otro en
las filas de rostros cansados que escurren por las grietas de la ciudad más confusa
del mundo. Y es escritor. O eso nos ha dicho. Y nosotros lo hemos aceptado como
cierto, porque lo hemos leído. Sabemos quién es.
En el trabajo de Alberto
sobresalen dos cosas fundamentales. La primera y más obvia es la pasión
desmedida por el sexo, por las mujeres, por el calor de los cuerpos que se
encuentran en las más sórdidas posiciones de cualquier parte de la ciudad, que
más raya en la obsesión de un hombre al que se le han negado muchas cosas de la
vida que en la pornografía del pelele que dicen sus detractores que es. La otra
parte, esa no se menciona nunca. Está prohibido hablar en voz alta de ello, más
por respeto que por mística. Alberto es un hombre sensible, medio viejo,
enfermo, decepcionado de la vida en la Ciudad, entre la mierda y la miseria de
los restos de la sociedad, esperando el golpe de suerte que le llevará a ser un
escritor de esos que pueden vivir de las regalías. Es un pobre cabrón, en pocas
palabras. Si Charles hubiera hablado un poco de este castellano tan nuestro, el
héroe anónimo de su literatura ,‘the big loser’, se habría llamado así. Pero Alberto
también es un hombre muy alegre. Gusta de la charla y del desmadre, de platicar
haciendo la mayor cantidad de ruido posible, con la mesa llena de rostros, y
las más pícaras anécdotas que puede atreverse a contar. Y eso nos cuenta en sus
historias.
(Contraportada, reedición 2012)
Al igual que en el trabajo de Charles,
O Nabokov, Almudena o incluso el pequeño Sade, hablar de la pornografía de
Alberto es no sólo no haberlo leído, si no, tampoco haberle entendido. Porque
muy a pesar de Alberto, el tema central de su trabajo no es la mujer, o la “cogedera”,
ya ni siquiera los chistes de barrio que nos cuenta con la soltura de quien
recuerda con dulzura las travesura de la adolescencia. Alberto nos lleva más
allá de todo esto, hasta las entrañas de un mundo sórdido, corroído hasta lo
enfermizo. Alberto no es sólo un pobre cabrón más que llegó a Cudad Neza porque
no tenía de otra, él es Ciudad Neza. Y nos cuenta la historia de sus cicatrices
de la mejor forma que puede: alegre y vital, demadroso, pelado, amistoso. Porque
él la vio crecer, y lo hizo junto con ella. Esto es lo que podemos encontrar en
la novela ‘Una temporada en San Miguel Teotongo’.
Este libro nos cuenta la juventud
de Alberto, o de esa criatura imaginaria que es para sí mismo, el escritor de
barrio que ve pasar la vida hasta dar el golpe definitivo. Un joven que va
entrando a la vida universitaria y que tiene que trabajar en una tienda de
abarrotes que pertenece a su hermana, para poder salir adelante. Alberto nos
cuenta sobre un mundo fantástico, que a muchos nos deja sin palabras. No es la
promiscuidad, o la violencia, sino la ingenuidad de sus vidas lo que nos fascina
a los que somos más jóvenes; pero no tanto como para despreciar el valor de
estas historias que nos comparte. En San Miguel Teotongo vemos, leemos, el
nacimiento de la figura retórica que es Alberto Vargas, la leyenda que se
forjará sobre el mismo. En este libro vamos a conocer algunas de sus pillerías,
de sus gustos, y de sus aventuras sexuales. Francisca Flores Cano, la mujer de
Chanito, las gemelas de las naranjas picadas, la madrota lesbiana, la chica del
los tacos de carnitas, las putas de la Merced o de Pino Suárez, todas la
mujeres de Alberto. Porque la vida es la cogedera, diría este autor, que a sus
anchas puede sentarse a mirar el mundo y mandarlo a la chingada. Nada le debe a
nadie. Par Alberto todo es tan simple como comer, beber, y salir satisfecho de
entre las piernas de una mujer. La vida se arregla como sea, siempre alrededor.
Esto es de lo que nos escribe en su libro, la historia de las historias de las
personas que ha conocido.
(Verónica Peregrina, foto de Mario Rodríguez López)
Pero más allá de eso, también nos
deja ver más de lo que él mismo quisiera. EL libo de Alberto es una ventana a
otros tiempos, a otra forma de concebir las cosas. Nos habla de la
desesperación y del libertinaje, única escapatoria que tienen sus personajes al
dolor de la existencia. Podemos leer entre líneas que el mundo es terrible, y
que hay demasiadas sombras dentro de la mente de los habitantes de esta región del
mundo. Incluso nos ofrece un elegante intermedio para hablarnos del nacimiento
de un caballo (ese Alberto orgullosamente campesino), porque no todo es coger.
Coger es un verbo interesante en la mística latinoamericana, ya que incluye
violencia y venganza; siempre contra la muerte, en el caso de Alberto. Todo el
libro nos cuenta de las aventuras carnales del joven Alberto, que jamás evoca la palabra amor. Nos cuenta de
sus mujeres, de sus amigos, de sus vicios, de sus escondrijos, de sus pequeños
recuerdos. Todo el libro es un muestrario sexual de palabras y sinónimos para
el pene y la vagina. Alberto es un hombre de gran capacidad de narración, y su
libro es el capítulo inicial de su propio mito.
(Frida Con Todo Mi Odio, foto de Mario Rodríguez López)
Sin embargo, al final del libro,
se le cae el teatrito. No es que se le acaben las historias, o que simplemente
se aburra de hablar de sexo. Al final del libro Alberto nos deja ver por debajo
de su amplia sonrisa al hombre que hay detrás del escritor. Y esto es lo que
siempre se puede encontrar dentro de sus textos. Lo demás sólo es para poder
hablar de lo que en realidad trae dentro este cronista del sexo bello, lo que
le carcome con lentitud. Alberto nunca lo admitirá, pero es un buen escritor.
No por sus aventurillas, sino por sus reflexiones, que deja caer cuando cree
que todo mundo está distraído pensando en una chaqueta. Él no necesita
aplausos, o reflectores, o entrevistas. Ya está muy viejo para eso. Y tiembla
cuando lee en público. No tiene madera de famoso, y tampoco lo necesita. Para
Alberto la mejor crítica es la risa lujuriosa de sus lectores, y alguna platica
indiscreta que pueda escuchar en los pasillos de una feria de libros “¿ves ese
libro? Me hice como 40 chaquetas cuando lo leía.”
Mucho más se puede decir de este
libro, pero es mejor dejar que sea leído para no arruinar lo cómico de sus
páginas. La edición del libro corrió por cargo de las ediciones del Colectivo
Entrópico, en reimpresión. La corrección y arreglos fueron hechos por Salvador Bretón.
El fotógrafo Mario Rodríguez López se encargó de darle vida a las páginas,
gracias al talento y belleza de las modelos Verónica Peregrina y la siempre
encantadora Frida Con Todo Mi Odio. La impresión de esta edición se realizó en
el DF en 2012 por Editorial Fridaura.
Texcoco, agosto 2013.