junio 25, 2014

Narración - La colisión, por Ney Antonio Salinas

Narración - La colisión
Por Ney Antonio Salinas*


Para Astrid Preciatt Real

Bitácora de sobreviviente; día 12, 053 de travesía.
Despertar. Volver de un mundo profundo, tenso, atravesado de sombras e imágenes que bien podrían ser presagio, epifanía o locura. Eso me pasaba en esa estrecha butaca del Centro Cultural Jaime Sabines aquella tarde de verano; si, aquí en la Ciudad incandescente. Y es que el día había sido difícil; mapas, cálculo y ecuaciones en una oficina gris y sin vida; la poesía para mí siempre será un lujo. Esa tarde habría lectura colectiva; era un encuentro de poetas o reunión de voces, o de egos, atuendos, bellacos, elegancias concurrentes, perfumes indescifrables. Era un asunto a tertuliar con toda la beligerancia posible entre Astor y yo. –Astor es topógrafo, viejo canalla, camarada inseparable de la oficina quien me había arrastrado a la tan pregonada lectura, y que al voltear a buscarlo no estaba: me había abandonado a mi suerte el muy granuja– El asunto empezaba ya; el presentador daba cuenta de tan monos currículos y de quien sabe cuántas publicaciones, colaboraciones y antologías. La gente atestada en los pasillos y la entrada. No había pues escapatoria posible.

De entre la multitud emergió una figura femenina como si irrumpiera desde la niebla densa de mi anterior sueño y se sentó en el lugar vacío de Astor. Pero no, ella era (es) muy real y preciada. Recuerdo que la vi en el Café Hawelka, en el No.- 6 de la calle Dorotheergasse en Viena aquel invierno de 2007. Ella entraba al café y yo salía; se detuvo a saludar al señor Leopold. No tuve el valor de abordarla; me faltaron las palabras, el arrojo, la inteligencia. Dos inviernos después; coincidimos durante una lectura de poesía de Roberto Bolaño en el New York Café de Budapest.


Ella sostenía un libro de poesía del escritor chileno abierto a la altura de su rostro, y lo bajaba de cuando en cuando. Estoy seguro que tras esas páginas sonreía; me había reconocido entre la multitud que se congregaba en las diferentes mesas: ¿mexicano? –Me preguntó moviendo los labios desde su asiento, a lo que respondí moviendo la cabeza afirmativamente y ella sonriendo decía en silencio me too. Pude comprobar el tono de su voz (ella era una de las escasas lectoras en el café que podía leer al poeta en español); y comprendí lo que debió sentir Odiseo atado al mástil por sus hombres en su barco. Congregó multitudes y tampoco me fue concedido abordarla. A inicios de este año, la volví a encontrar en otro entorno muy similar; café y poesía. Esta vez fue en el Cafe Lalo de Nueva York. Ella estaba sola y leía a Whitman; hacía anotaciones con una pluma Parker Challenger DeLuxe. Me sonrió. Había una fiesta en mi interior. No recuerdo cómo iniciamos la charla ni el motivo para estar ahí, sólo recuerdo que hablamos algunos minutos de plumas fuente y tintas. Me perdí en sus ojos y en sus labios. Tuvo que salir precipitadamente; alguien la urgió a su teléfono celular. Se despidió y jamás supe su nombre o cómo encontrarla. Así de imbécil fui. Me quedé ahí tomando capuchino por horas y evocándola con todas mis fuerzas. Fue hasta entonces cuando me percaté de que el soundtrack de su desaparición era un interminable jazz en todos los rincones del café.


La veía de perfil y pensaba, poesía eres tú. Veía a los poetas en la mesa del estrado leyendo desde sus hojas sueltas y pensaba, poesía no eres tú. Pensaba en su nombre: ¿Alicia? ¿Nadine? ¿Coral? ¿Helena de Troya? Ella tomaba notas en una libreta de taquigrafía con un bolígrafo rojo. ¿Anotaba impresiones de lo que oía o reescribía mi mundo tomándose ligeras pausas en el tiempo que los poetas leían? Me paralicé. ¿Quién pudo haber acumulado tanta belleza en una sola mujer? ¿Será la prueba de que el arte tiene vida, es decir, susceptible de biología y química? Mi sórdido planeta es muy capaz de colisionar. Pude distinguir a Astor pidiendo autógrafos en los libros recién comprados a los poetas que terminaban su lectura. Quise como siempre saber su nombre; y ella nuevamente había partido. Salí al lobby y por el cristal pude verla abordar un taxi hacía el infinito. Salí a la Avenida Central y me quedé observando el auto desaparecer. Ningún taxi se detuvo. La ciudad no se detuvo. Volví a buscar a mi amigo y él intentaba presentarme a no sé qué poeta. Antes de llorar recuerdo que le dije al viejo: pinche Astor déjame en paz que me muero, y vos seguí con tu tango, cabrón.

2014
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*Ingeniero en Planeación y Manejo de Recursos Naturales. Nació en Tiltepec, Jiquipilas, Chiapas, México, el 13 de Agosto de 1979. Narrador y poeta. Publica en diversas revistas nacionales y suplementos; cuento, relato y poesía. También cultiva el género de novela. Ha cursado estudios en países como Canadá, Estados Unidos, Alemania, Cuba y España. Autor el Retorno y otras Nocturnidaes.
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