Narración - La colisión
Por Ney Antonio
Salinas*
Para
Astrid
Preciatt Real
Bitácora de
sobreviviente; día 12, 053 de travesía.
Despertar.
Volver de un mundo profundo, tenso, atravesado de sombras e imágenes que bien podrían
ser presagio, epifanía o locura. Eso me pasaba en esa estrecha butaca del
Centro Cultural Jaime Sabines aquella tarde de verano; si, aquí en la Ciudad
incandescente. Y es que el día había sido difícil; mapas, cálculo y ecuaciones
en una oficina gris y sin vida; la poesía para mí siempre será un lujo. Esa
tarde habría lectura colectiva; era un encuentro de poetas o reunión de voces,
o de egos, atuendos, bellacos, elegancias concurrentes, perfumes
indescifrables. Era un asunto a tertuliar con toda la beligerancia posible
entre Astor y yo. –Astor es topógrafo, viejo canalla, camarada inseparable de
la oficina quien me había arrastrado a la tan pregonada lectura, y que al
voltear a buscarlo no estaba: me había abandonado a mi suerte el muy granuja–
El asunto empezaba ya; el presentador daba cuenta de tan monos currículos y de
quien sabe cuántas publicaciones, colaboraciones y antologías. La gente
atestada en los pasillos y la entrada. No había pues escapatoria posible.
De entre la
multitud emergió una figura femenina como si irrumpiera desde la niebla densa de
mi anterior sueño y se sentó en el lugar vacío de Astor. Pero no, ella era (es)
muy real y preciada. Recuerdo que la vi en el Café Hawelka, en el No.- 6 de la
calle Dorotheergasse en Viena aquel invierno de 2007. Ella entraba al café y yo
salía; se detuvo a saludar al señor Leopold. No tuve el valor de abordarla; me
faltaron las palabras, el arrojo, la inteligencia. Dos inviernos después; coincidimos
durante una lectura de poesía de Roberto Bolaño en el New York Café de
Budapest.
Ella sostenía un libro de poesía del escritor chileno abierto a la
altura de su rostro, y lo bajaba de cuando en cuando. Estoy seguro que tras
esas páginas sonreía; me había reconocido entre la multitud que se congregaba
en las diferentes mesas: ¿mexicano? –Me preguntó moviendo los labios desde su
asiento, a lo que respondí moviendo la cabeza afirmativamente y ella sonriendo
decía en silencio me too. Pude comprobar el tono de su voz (ella era una de las escasas
lectoras en el café que podía leer al poeta en español); y comprendí lo que
debió sentir Odiseo atado al mástil por sus hombres en su barco. Congregó
multitudes y tampoco me fue concedido abordarla. A inicios de este año, la
volví a encontrar en otro entorno muy similar; café y poesía. Esta vez fue en
el Cafe
Lalo de
Nueva York. Ella estaba sola y leía a Whitman; hacía anotaciones con una pluma Parker Challenger
DeLuxe. Me sonrió. Había una fiesta en mi interior. No recuerdo cómo
iniciamos la charla ni el motivo para estar ahí, sólo recuerdo que hablamos
algunos minutos de plumas fuente y tintas. Me perdí en sus ojos y en sus
labios. Tuvo que salir precipitadamente; alguien la urgió a su teléfono
celular. Se despidió y jamás supe su nombre o cómo encontrarla. Así de imbécil
fui. Me quedé ahí tomando capuchino por horas y evocándola con todas mis
fuerzas. Fue hasta entonces cuando me percaté de que el soundtrack de su
desaparición era un interminable jazz en todos los rincones del café.
La veía de
perfil y pensaba, poesía eres tú. Veía a los poetas en la mesa del estrado
leyendo desde sus hojas sueltas y pensaba, poesía no eres tú. Pensaba en
su nombre: ¿Alicia? ¿Nadine? ¿Coral? ¿Helena de Troya? Ella tomaba notas en una
libreta de taquigrafía con un bolígrafo rojo. ¿Anotaba impresiones de lo que
oía o reescribía mi mundo tomándose ligeras pausas en el tiempo que los poetas
leían? Me paralicé. ¿Quién pudo haber acumulado tanta belleza en una sola
mujer? ¿Será la prueba de que el arte tiene vida, es decir, susceptible de
biología y química? Mi sórdido planeta es muy capaz de colisionar. Pude
distinguir a Astor pidiendo autógrafos en los libros recién comprados a los
poetas que terminaban su lectura. Quise como siempre saber su nombre; y ella nuevamente
había partido. Salí al lobby y por el cristal pude verla abordar un taxi hacía
el infinito. Salí a la Avenida Central y me quedé observando el auto
desaparecer. Ningún taxi se detuvo. La ciudad no se detuvo. Volví a buscar a mi
amigo y él intentaba presentarme a no sé qué poeta. Antes de llorar recuerdo
que le dije al viejo: pinche Astor déjame en paz que me muero, y vos seguí con
tu tango, cabrón.
2014
_____________________________________
*Ingeniero
en Planeación y Manejo de Recursos Naturales. Nació en Tiltepec, Jiquipilas,
Chiapas, México, el 13 de Agosto de 1979. Narrador y poeta. Publica en diversas
revistas nacionales y suplementos; cuento, relato y poesía. También cultiva el
género de novela. Ha cursado estudios en países como Canadá, Estados Unidos,
Alemania, Cuba y España. Autor el Retorno y otras Nocturnidaes.