Llevaba un tiempo sin escribir nada nuevo, sólo repasando letras en esas infinitas correcciones. Pero helo aquí, el poema inaugural del nuevo proyecto en puertas 'La coraza mineral' (cuando menos en su primera versión).
Variaciones
Qué pequeña es la luz de esa luna
colgada tras la ventana,
prácticamente minúscula, inamovible,
ajena de la voluntad derrotada de los
hombres
que conocen la sensación de perder el
hambre con el ayuno,
la franca torpeza engalanada hasta lo
ridículo
con la poca gracia de la retorica
ensayada ante el espejo;
amar esa infinitud no lleva a ningún
sitio,
es un acopio de temblores que se
normalizan tras el sueño,
es contar las hojas que reclama el
otoño del árbol del patio
que casi, o definitivamente, ha muerto,
y mirar, sólo mirar, el movimiento de
las dunas de niebla
mientras se despide la mano del rostro
de su otra vida.
Caminan las sombras cerca del lecho
vacío.
A unos años de la desmemoria la luz de
la luna, de esa luna,
parece abandonar el cuerpo fiel del que
tiende sus manos duras
en la insistencia patética de un
segundo respiro,
un beso que siga al último beso, al
sanguinario roce de las manos
que se rasguñan mutuamente mientras se
buscan.
No hay forma de escapar del silencio;
yo que canto lo digo.
Entre las figuras que pueblan la
habitación desordenada
se acomodan los espectros de los
caminantes que han sido
la última gota del vino tibio, la copa
brillante que se oxida.
Cuántas mujeres no han sido mis
compañeras en la rutina,
cuántas bocas no han simulado la
silaba final del verso acabado,
cuántas espinas coronan la frente del
hombre que no se rinde...
No valen las preguntas, apenas el
brillo de la luna distante
que aluza el humo que desprenden los
labios apretados;
¿y el amor?, preguntarán, ¿y el
destino?, murmurarán.
Soy un hombre entre los hombres.
No me hablen de eso que no conozco.
Y la luna, esa luna sin piedad, esa
roca bella que permanece
entumida en su reino de la nostalgia
sin nombres,
arde con la luminosidad prestada de las
estrellas;
se mantiene fuera del cristal,
llamándome a salir desnudo
para sentir el aire frío que moldea el
cuerpo.
Cierro los ojos en la fatiga de
escudriñar el cielo,
revolviendo las pupilas en las ramas
del jardín
por sobre la oscuridad,
que es infinita apenas termina el
cuerpo de la dama
que me mantiene en la búsqueda de esas
escuetas palabras
que venzan al desconsuelo de la sangre
tendida.
La luz toca las pupilas ante la noche
que se desvanece,
la voz escapa del pecho,
y yo que aguardo por mejores días,
nombro cosas que nacen.
Basta con el fulgor apagado de mis
manos
para acariciar el rostro de las
pequeñas variaciones de la vida.
Octubre, 2012.
E. Adair Z. V.