Poema - No. 40
Estas son
mis palabras,
las
reconozco por la fricción fría que poseen
apenas
leerlas en voz alta,
las
distingo por esa poca naturalidad
con que
escapan de las manos
y se
tienden por encima de las personas,
y flotan
en el aire atravesándolo todo
sin
quedarse atrapado en nada.
Son
diminutas mariposas de ceniza,
revoloteando
a mi derredor como si fueran eternas,
aves de un
polvo que se barre siempre
que aire
llega de la respiración del mundo.
En la
garganta se acumula la tierra.
Monumento
de piedra es lo que pronuncio,
estatuas
tan duras que parecen nacidas del granito;
sobre de
ellas los pájaros construyen nidos,
y sus
crías pián al recibir la luz primera.
Todas mis
palabras de ternura se inscriben
en pesadas
lajas que la memoria no soporta,
y que dejo
en el camino
por donde
la tarde, y la mujer que tanto deseo,
miran sin
complacencias morir las estaciones.
E. Adair Z. V.
- Canto a un ave de primavera